lunes, 20 de junio de 2016

Las cosas que queremos cambiar

Recuerdo que por lo general la gente del area de psicología en Neoplasicas evitaba ir al piso de emergencia pues se sabía que ahi las condiciones eran mas caóticas. En piso la gente por lo general estaba con medicinas para aliviar en algo el dolor, en emergencia habian muchas personas sufriendo y las condiciones para dar soporte psicologico eran mas dificiles. Aun así solía bajar para ver si podía apoyar en algo.

En una de esas visitas a Emergencias de Neoplásicas, conocí a Daniel. Daniel era un jovencito de 17 años postrado con mucho dolor de cabeza pues tenía un tumor a cerebro que era inoperable. Lo encontré llorando y al acercarme me comentó que lloraba porque él queria cambiar tantas cosas pero sabía que iba a morir pronto y que su temor mas profundo se haría realidad y esto era perder su capacidad de pensar y quedarse vegetal.

Me contó que desde niño era muy bueno en matematicas y sus padres deseaban que él sea ingeniero como el papá y el abuelo. Sin embargo al cumplir 15 y haber acabado la escuela antes de tiempo, decidió estudiar una carrera social (no recuerdo exactamente cual) pues él tenia muchas ideas y quería cambiar el mundo. Sabía que si escribía libros o si luchaba por sus ideales el mundo podría ser mejor. Sus padres se opusieron y no lo apoyaron con los estudios y el comenzó a trabajar y con mucho esfuerzo consiguió ingresar a la universidad y sin apoyo de nadie. Al poco tiempo le detectaron cancer testicular (uno de los mas agresivos) e ingresa hospitalizado al area de adolescentes en neoplasicas. Y con su fuerza de voluntad soportó las quimoterapias y salió de alta. Pero pasó un año y le detectaron ese tumor en el cerebro, el que según el médico le había dicho, era inoperable y que seguía creciendo y que pronto ya no podría mas.

En este punto de su relato se puso a llorar y quedé conmovido con su historia, pues desde joven este chico había sabido luchar por sus ideales y lo habia conseguido todo. Y en su llanto me decía que no era justo, que sus ideas y su manera de pensar quedarían en el aire y en la nada. Que ni sus padres iban porque lo veian y se ponian a llorar. En ese momento dejé mi rol de psicologo y le dije que en ese momento él estaba siendo un maestro para mi, que sus palabras no quedarían en la nada pues yo las había oido y que ahora sabía que siempre se podia luchar por lo que uno deseara y nos miramos y me dio la mano. Le prometí volver pronto y me fuí.


Traté sin exito de ubicar a los padres de Daniel. Y dos díasd despues fui a buscarlo y estaba ahi, echado en su cama, con la mirada perdida, sin movimiento.Le hablé y no respondió. Daniel estaba en estado vegetal y el tumor había crecido y lo había dejado así. No quise averiguar mas y salí de la sala de emergencias y me fuí al jardín del hospital. Recordé todo lo que me había contado Daniel y a pesar de la pena de verlo en ese estado me di cuenta de que todo lo que ese jovencito me había enseñado quedaría en mi vida para siempre, que no importa lo que todos digan o piensen, siempre hay un lugar para nuestros sueños y que aun contadole nuestras ideas y sueños a una sola persona e impactar en ella, ya estamos cambiando el mundo y Daniel dejó logró impactar en el mío.


domingo, 1 de septiembre de 2013

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD





Maruja

“En torcasita están cantando, que bonito es su trigal, cuchicu están diciendo, vamos todos con chanchui” cantaba Maruja mientras barría el piso de la sala y bailaba con la escoba mientras con su enorme y juguetona sonrisa de niña quinceañera nos invitaba a jugar a mi y a mi hermanito, que en esos tiempos contábamos con 7 y 6 años respectivamente.

Ella era una niña yungaina que había llegado a casa para trabajar como empleada bajo el mando de mi abuela y tíos. Maruja,  como toda niña de su edad, vivía entre sueños románticos y fantasías promovidas por sus largas horas viendo telenovelas. Recuerdo que cuando todos se iban y nos dejaban a su cuidado, nos sentábamos a ver la tele y era divertido verla suspirar y soñar.  Uno de los recuerdos mas divertidos que tengo de ella eran aquellos momentos en que Maruja jugaba a ser la heroína de telenovela y me gritaba “José Alberto, lárgate, la puerta esta abierta!!” y como estábamos en el ascensor, le decía “no puedo” y nos matábamos de risa.

En esos años, la discriminación hacia la gente que venía de la sierra era mucho mas fuerte que ahora y el termino “cholo” era usado de forma muy despectiva. Sin embargo, en su inocencia Maruja la usaba para jugar. Recuerdo que algunos días estábamos muy tranquilos comiendo o viendo tele y ella entraba corriendo con una media extendida con otra media en bola dentro y lanzándola por el aire gritaba “Matacholas!!!” y mi hermano y yo saltábamos por el aire para coger la media y lanzársela en la cabeza al mas cercano.

Recordar a Maruja es recordar esos primeros años infantiles en un hogar sobreprotector en donde permanecer dentro de casa era lo mas adecuado. Maruja no solo era la primera gran amiga sino la primera mirada externa de la realidad de la alegría e inocencia, inocencia en una mirada que en poco tiempo se teñiría de tristeza y desesperanza. Mirada muy parecida al de la paciente de la cama 14 del área de cirugía de adultos, a quien me había acercado esa mañana para brindarle soporte ante su futura operación.

Marcela


Marcela, debería tener aproximadamente 19 años, vivía en Lima pero la mayor parte de su vida la había vivido en Ayacucho. Como muchas jovencitas de provincia, había venido a Lima a estudiar y a buscar un futuro diferente, dejando familia y amigos atrás. Marcela había ingresado por fuertes dolores de cabeza y posteriormente se le había detectado un avanzado tumor en el cerebro.

Su mirada era ingenua y su voz simplona y alegre. Me contaba que estaba preocupada por la operación que le harían al día siguiente. Me contaba que estaba preocupada porque sus familiares no sabían sobre su estado. Ella había decidido vivir en la capital desde hace algunos años y trabajaba como secretaria en una empresa. Le iba muy bien hasta que se enamoró de su jefe. Me contaba que al inicio no quería estar con él pero este señor la supo conquistar hasta que cayó a sus pies. Por esa relación perdió el trabajo y al poco tiempo se enteró que él estaba casado y quiso romper con él pero estaba sola y no tenía a donde ir mas que el pequeño cuarto que él le alquilaba.

Recuerdo muy bien esa tarde y esa conversación. Marcela sabia que después del tumor ya no podía enfrentar nada peor. Recuerdo que ella sola llegó a la conclusión de que se subestimaba a ella misma, que ella se merecía tener a un hombre que la amara a ella sola y no solo recibir migajas de su tiempo. Esa tarde me miró a los ojos y con su peculiar y divertida manera de expresarse me dijo que prometía que al regresar a casa iba a demostrarse a si misma y al mundo que ella podía sola. Iba a dejar a su “novio”, dejar el cuarto y devolverle sus cosas, regresar a su tierra y trabajar para conseguir una segunda oportunidad.


La partida de Maruja

Una segunda oportunidad. Y recordé a Maruja. La vida la trató muy mal. Mi pobre niña yungaina fue violada una noche mientras dormía por un animal, un  infeliz que se aprovechó de su fuerza y su poder para aprovecharse de una niña pequeña que no tenía a donde ir. Al día siguiente de ese suceso, su mirada cambió.  Yo no entendía que había sucedido, solo notaba que mi amiga querida tenía la mirada triste, que mis padres también estaban tristes y se sentían impotentes para poder ayudarla. Y desde ese día, Maruja dejó de jugar y mirar telenovelas, dejó de cantar y de soñar despierta.

Y al poco tiempo supimos que estaba saliendo con un señor que trabajaba en el canal 7, que estaba al frente de mi casa, y quien le había prometido llevársela y hacerla muy feliz. Recuerdo que mi abuela estaba muy molesta con esa relación pues nadie conocía al susodicho, solo oíamos los rumores de que los domingos ella se encontraba con su galán en la esquina del edificio donde vivíamos y se iban juntos.

Un día escuché un enorme alboroto, Maruja estaba recogiendo sus cosas y se iba de la casa. Mi madre, que la quería mucho estaba llorando y le dio el pequeño colchón en donde ella dormía. Yo comencé a llorar y la abracé por las piernas y ella, con la mirada triste me dijo que no llorara, que ella se iba con su príncipe azul, que era un hombre muy bueno y simpático y que la quería mucho. Y que se iba a una casita que él le había alquilado y que iba a ser muy feliz, que la vida le estaba dando una segunda oportunidad.

Y esa segunda oportunidad solo terminó siendo un deseo que nunca se concretó. El novio de Maruja era un hombre casado, de mucha mayor edad que ella y que al poco tiempo la abandonó a su suerte. Maruja anduvo un tiempo en la calle y un buen día regresó a mi casa a despedirse. Estaba muy enferma, tenía pulmonía y había decidido regresar a su tierra a ver sus padres y tratar de sanarse. Me dolió mucho verla. Maruja tendría 17 años y sin embargo parecía una envejecida mujer, cubierta totalmente por unos ponchos que la protegiesen  del frio limeño. La mirada estaba apagada y sin brillo y el rostro muy delgado. Maruja regresó a su natal Yungay solo a descansar para siempre pues a los pocos días de su retorno falleció. La vida no le dio esa segunda oportunidad que ahora Marcela también reclamaba.


Oportunidades

Al día siguiente de la operación subí directo a buscar a Marcela. Ahí estaba ella, parecía dormida, su rostro estaba limpio y calmado y me acerqué lentamente para revisar la historia clínica, en la cual se indicaba que la operación había fallado, el tumor era inoperable y Marcela había quedado en coma, en estado vegetativo y que no despertaría de ese eterno sueño. La muchachita de la voz simplona y alegre no podría ir por su segunda oportunidad.Y en silencio me despedí de ella y le agradecí por el hecho de enseñarme de que siempre existen diversas maneras de ver las oportunidades. 


Dos muchachas llenas de sueños y fantasías habían chocado con la dura realidad, con la mentira, la traición y el abandono. Ambas habían buscado una segunda oportunidad y habían tomado elecciones. Maruja me dejo los momentos mas divertidos de mi infancia, me enseño que todos somos iguales y que no hay diferencias de piel, raza ni condición social cuando se trata de amor y amistad. Y lo que me llevé de Marcela fue esa sonrisa, esa alegría al tomar una determinación para su vida, una decisión que no se pudo concretar y sin embargo ella se había ido contenta y feliz de saberse dueña de su destino y de su vida. Las oportunidades no se ven determinadas por el exito o fracaso de las acciones que se trazan al elegirlas, sino por la persona que crece y se crea cuando se hace posible el darse la posibilidad de elegir. Gracias Maruja, te extraño y extrañare siempre, gracias por tus juegos y tu amor incondicional. Gracias Marcela por tu confianza y el enorme aprendizaje que me dejaste tan solo en una conversación.

jueves, 23 de mayo de 2013

LA LEYENDA DEL ARCO IRIS





Historias en la oscuridad

Una etapa que recuerdo mucho de mi niñez fue la época del terrorismo. A mediados de los 80 es que el terrorismo había alcanzado picos altos de violencia en el país y eran frecuentes los atentados con bombas y los consecuentes apagones en diversas partes de la capital. El miedo, la zozobra y el vivir en constante temor, eran sentimientos comunes de la población limeña de esa década.

Estos apagones profundizaban ese miedo a lo desconocido y afianzaban la idea de la presencia de un enemigo que en cualquier momento podría destruir tu casa o matar a tu familia y amigos. Estos momentos a oscuras ocasionados por los apagones, sin embargo, generaban que toda la familia se reuniera en la sala, al rededor de mi abuela Austregilda y de mis tías Cori y Deli, quienes contaban historias sobrenaturales sucedidas cuando vivían en sus grandes haciendas en la zona de Piscobamba (zona alta de Huaraz) que era de donde ellas provenían. Las historias de jinetes sin cabeza, de los duendes que aparecían en el fondo de los manantiales, de la sombra con forma felina que perseguía a los hombres en las noches, de los desdoblamientos de mi abuela en la iglesia  entre otras historias mas, nos transportaban a mis hermanos y ami a esa sierra preciosa tan llena de misterios y leyendas.

Sin embargo, una de las historias que mas nos impactó, fue la leyenda del arco iris  Esta historia no fue contada ni por mi abuelita ni por mis tías, sino por la adolescente Maruja, una jovencita proveniente de Yungay y que trabajaba en la casa haciendo labores domesticas. Maruja fue una joven alegre y tierna, que nos amó profundamente, y que en ese momento no podía predecir que su vida seria corta y trágica, pues ella como muchas otras niñas de provincia quienes eran enviadas por sus padres para trabajar de criadas en casas limeñas, terminarían siendo devoradas por la crueldad y la discriminación de la capital, pero esa historia será motivo de otro post.

El celoso Arco Iris

Maruja nos contaba que en la sierra se decía que el arco iris aparecía siempre entre dos manantiales o dos formaciones de agua. El arco iris de la sierra es tan bello y sus colores tan hermosos que nadie puede ni siquiera pretender competir con ella. Si una persona estuviera cerca y vistiera colores vivos, el arco iris le perseguiría hasta alcanzarle y hacerle mucho daño. Contaba Maruja que una vez salió a caminar siendo una niña y apareció un bellisimo arco iris  estando Maruja vestida de rojo y azul y de pronto sintió como el arco iris comenzaba a perseguirla por todo el campo. Estuvo a punto de alcanzarla cuando su hermana apareció y la cubrió con un poncho marrón oscuro. Esto salvó su vida y el arco iris pasó de largo.

Siendo niños escuchábamos estas historias con la boca totalmente abierta y deseando algún día conocer todo ese mundo fantástico de la sierra de nuestros padres. Con el paso de los años, estas historias fueron cayendo en el olvido, siendo de vez en cuando recordadas con nostalgia y cariño, sobretodo como un recordatorio de la inocencia y  capacidad de sorpresa que alguna vez tuvimos.

Sin embargo, la leyenda del arco iris regresaría a mi vida una tarde de Agosto al conocer a Esmeralda.

El rostro de Esmeralda

Esmeralda había ingresado por emergencia y a los pocos días había sido hospitalizada en la sala de cirugía adultos en donde yo continuaba mi rotación como psicólogo de piso. Esmeralda venía de un pequeño pueblo de la sierra, su esposo la había traído y había desaparecido completamente. Ella no hablaba español y era muy dificultad comunicarse con ella. Sin embargo, el idioma era la menor de las barreras. Esmeralda tenía un gigantesco tumor en el rostro. Un tumor tan grande que deformaba toda su cara, la cual se presentaba como un amasijo de ojos que estaban totalmente distanciados uno del otro, la boca deformada y prácticamente unida a una casi nariz inexistente, por diversas zonas de su rostro brotaba pus y verla a la cara era algo muy duro y a la vez repulsivo. Por esta razón las enfermeras la evitaban y uniendo esto a la dificultad del idioma, Esmeralda no era atendida de la misma forma que los demás pacientes.

Me fue un reto acercarme a ella, pero traté de sentir su dolor al ver que todos se alejaban y me planteé con éxito el mirarla a los ojos y mantener mi mirada fija, mientras le tocaba las manos y buscaba decirle palabras cortas, simplemente para que sintiera que tenía a alguien cerca. Luego logré ubicar a una enfermera que sabía hablar quechua y a través de ella pude conocer lo que le había sucedido y su historia me sorprendió muchísimo.

La historia de Esmeralda

Esmeralda me contó que ella vivía en un pueblo muy al interior de la sierra, vivía muy contenta con su esposo en una pequeña chacra, alejados de todo y de todos. Un buen día ella paseaba por el campo y vio que se había formado un pequeño arco iris  Ella no creía en los cuentos ni las leyendas que contaban las señoras del campo y fue tras el arco iris cuando de pronto vio que este avanzaba hacía ella y comenzaba a seguirla. Recuerda que el arco iris impactó en su rostro y en ese momento se quedó dormida. Cuando despertó le dolía mucho la cabeza y no podía dormir. Al día siguiente los dolores persistieron y al paso de los días le apareció ese tumor. Primero era pequeño, pero al paso de los días fue creciendo cada vez mas, hasta que la mandaron a la capital de emergencia pues los médicos del pueblo no podían hacer nada.

Oír su historia me hizo recordar lo que nos contó la pequeña Maruja. Si era cierto o no, fue algo que nunca pude saber. Esmeralda se ponía cada vez peor y era necesario comenzar con las quimioterapias y radioterapias para salvar su vida. Los médicos estaban listos para iniciar tratamiento, sin embargo una noticia cambió el esquema planteado. Esmeralda estaba embarazada de 5 meses y por esa razón no se podría proceder pues se arriesgaba la vida del bebe.

Milagros inesperados

Esmeralda soportó los dolores generados por el tumor. Era triste escuchar sus jadeos y la dificultad para respirar que se hacía cada vez mas intensa. Ya no podía alimentarse de manera normal pues el tumor seguía creciendo. Pero se necesitaba esperar a que diera a luz para poder tratarla.

Todos nis sentimos inicialmente aliviados cuando Esmeralda dio a luz a una pequeña bebita sietemesina, quien a pesar de todo nació en perfecto estado de salud. Pero la primera respiración de la recién nacida coincidió con la ultima de la pobre Esmeralda, quien había aguantado tantos meses quizás con la misión interna de llevar a su hija a ver la luz del mundo.

Nunca supe si fue leyenda o realidad la historia sobre los arco iris  lo único que supe fue que no todo tiene que ser comprendido por las personas para ser reales, que los verdaderos milagros suceden incluso en las personas que menos esperamos y que el amor puede crear milagros inesperados que pueden superar al dolor físico y enfrentar hasta a la muerte.



sábado, 11 de mayo de 2013

LOS OJOS DE MARINA Parte II


El Pastor

Mi rutina diaria varió durante los días siguientes. Cada mañana subía a la UCI y me paraba frente a Marina. A veces la miraba dormida, otras nos quedábamos mirándonos fijamente, comunicándonos a través de las miradas y es curioso pero nunca sentí poder conocer tanto a alguien como en esa situación en la que estaba con ella. Sin palabras, solo miradas.

Fue a una semana de conocerla que descubrí que era lo que tanto inquietaba a Marina. Cuando subí esa mañana, encontré a su lado a un señor de bigotes, enfundado en la bata , guantes y botas. necesarios para estar en esa sala, al igual que yo. Este señor abría los brazos y hablaba en voz alta y le decía a Marina que se le veía mejor, que Dios hablaba con ella a través de sus ángeles que eramos las enfermeras, medico y psicólogo  que a través de nuestras manos ella estaba recuperando la salud. Y mientras él hablaba, los ojos de Marina estaban fijos en mi , pero esta vez desencajados y ansiosos.

Le pedí al señor que me espere afuera y que me deje unos minutos con Marina. Cuando él se fue le pregunté "¡Es él, no es si? " y ella movió afirmativamente la cabeza. Y proseguí "Te preocupa como va a estar él después?" y me respondió con una afirmación. Y en ese momento le dije que se quede tranquila, que yo estaría con él y que él entendería, que si ella no estuviera, yo estaría ahí. Movió sus hombros como diciendo que estaba incrédula. Le sonreí y le pedí que confiara en mi.

El amor y las despedidas

Cuando salí a buscarlo, encontré al señor (que era pastor) y a una mujer joven, quien era hija de Marina. Ambos lloraban desconsoladamente pues sabían que Marina tenía poco tiempo de vida. Les conté que Marina quería descansar, que estaba sufriendo pero que no podía irse tranquila pues sentía que ellos no estaban procesando la situación. Les pedí que eliminaran comentarios como "te vas a sanar" o "estas mejorando" y lo reemplazaran por "te amo", "eres importante para mi", que le digan lo que sentían por ella y que ella se sienta amada y comprendida. También les pedí que trajeran personas importantes en la vida de Marina, incluso si habían personas con las que había perdido comunicación y sobretodo que busquen la manera de llevar a la hija con esquizofrenia y al esposo de Marina.

El lunes me enteré que ambos hijos habían llevado a muchas personas a visitar a marina, incluida una hermana con la que se había peleado por una falda hacía mas de 50 años y a quien no veía ese tiempo. También recibió la visita de su esposo (que tenía problemas del corazón) y de su hija, quienes estuvieron controlados. Todos los visitantes tenían la misma consigna que yo les había dado a ellos. Ese Lunes conversé por última vez con Marina. Ella estaba un poco mas repuesta y le pregunté si estaba contenta y en sus ojos me dio una entusiasta afirmación. a la que luego siguió su acostumbrado levantamiento de hombros con los que me indicaba duda. Le pregunté si seguía preocupada por sus hijos y lo afirmó. Le dije que recuerde que yo iba a estar ahí para ellos. Le dije que yo los apoyaría y que pasará lo que pasará ellos iban a estar bien.

En ese momento me miró fijamente en la que sería la ultima mirada que compartiríamos. Sentí que ella lo sabía y en esa mirada sentí su afecto y gratitud, su confianza pero también sentí paz, valentía, muchas cosas que no puedo explicar con palabras. Aquella Marina que en ese momento me miraba me lanzaba una mirada segura, firme, diferente a la mirada con la que le conocí. No había ni sombra de la Marina de mirada miedosa e insegura. Y yo sabía que esa era la mirada de despedida y nos sonreímos antes de irme a continuar con mi ronda. Desde el marco de la puerta la volví a mirar y ahi estaba, la mirada de Marina, llenando mi corazón de un sentimiento mezclado con una enorme necesidad de protegerla y mantenerla viva con la alegría de verla libre y en paz para partir.

La Partida

La mañana de ese martes subí corriendo al cuarto de Marina. Al llegar encontré a los dos hermanos llorando. Marina había partido y había sucedido estando en brazos de ellos dos quince minutos antes. Me dolió. A pesar de que estaba preparado para ello, me dolió y aun me saltan algunas lagrimas al recordar ese momento. Y los hermanos lloraban pero no era un llanto desconsolado, pues sabían que habían ayudado a que su madre se fuera en paz.

Esa mañana ya no pude seguir mi ronda y tuve que irme al jardín. Y lloré silenciosamente por Marina. Y le agradecí. A través de Marina pude despedir a mi abuela Ana , a quien tanto amé y de quien nunca pude despedirme. Le agradecí haber sido la más increíble y tierna maestra, pues me había dado la lección mas grande acerca de la vida y la muerte, acerca de la capacidad de las personas de elegir aun en el lecho de muerte y sobretodo me había enseñado a que el amor no necesita de palabras para poder ser expresado. Gracias Marina

miércoles, 8 de mayo de 2013

LOS OJOS DE MARINA





Reglas básicas 


Día 35, mes 4, rotación: Cirugía Adultos

Cuando alguien se enferma o cae en cama, siempre hay reglas básicas que adoptamos de nuestros padres y ellos de los suyos. Reglas que van de generación en generación y que se mantienen aún cuando la enfermedad se hace grave o hasta mortal.

Siempre dar ánimos al enfermo, decirle lo bien que se le ve  jamás mencionarle que se le ve deteriorado o que cada día se le ve peor, llevar presentes como peluches, flores, tarjetas, etc. Y sobretodo, nunca llorar, siempre sonreír y mostrar optimismo en que las cosas se van a solucionar.

Todas estas creencias, con las que había convivido y crecido por años, se fueron al tacho aquel invierno del 2000 durante mi segunda rotación en Neoplásicas. Mi primera rotación ya había sido dura de por si, pues fue en el piso de niños, pero al llegar al área de adultos descubrí muchas cosas que no imaginaba sobre la manera de acompañar a un enfermo y sobretodo acerca de como despedir a las personas.

Marina

Ese viernes había llegado al piso una anciana llamada Marina. Era una señora de edad avanzada, de cabello castaño oscuro muy bien peinado, piel clara y tímidos ojos grandes, los que se escondían detrás de unos lentes marrones de luna gruesa. A Marina la traían echada en una camilla mientras lloraba de dolor y de miedo. Su llanto se relacionaba con terribles dolores en la columna y a su miedo ante aquello que estaba enfrentando por primera vez. Fue inevitable para  mi  ver a Marina y en ella también ver a mi abuela Ana, fallecida cuando tenía 8 años por cáncer y quien fue una de las personas que mas amé en mi infancia. Este detalle hizo que mi acercamiento a Marina tuviera un tinte mas personal.

Cundo le dije a Marina que yo era el psicólogo de planta me dijo que tenía mucho miedo, que nunca había estado sola y que tenía miedo por lo que podría pasarle  También me dio que tenía miedo por su hija, a quien ella cuidaba porque tenía esquizofrenia y la había dejado sola al quedarse internada. Le dije que yo iba a estar a su lado, que confiara en mi y en los médicos. Y realmente lo sentí así, yo quería estar para ella y apoyarla pues en pocos minutos le había tomado mucho cariño a aquella señora de mirada temerosa. La sensación fue reciproca pues me dijo que yo le inspiraba confianza y que ya se sentía mas tranquila después de hablar conmigo. Le prometí regresar a buscarla el lunes y que mi mente estaba con ella. Me sonrío tímidamente y cerró sus ojos, los que cayeron adormecidos bajo el efecto del medicamento.

Todo el fin de semana estuve en Marina y por suerte el lunes llegó rápido. Después de los reportes matinales con el equipo subí corriendo a su cuarto. Sentí como una bofetada cuando al llegar vi que en su cama había otra persona. Me acerqué a la enfermera a preguntar por Marina y me dijo que ella había reaccionado muy mal a la operación , que se encontraba en cuidados intensivos y que estaba desahuciada. Al escuchar esa palabra las lágrimas corrieron hacia mis ojos pero se detuvieron ahí pues subí rápidamente a buscarla.

Sin palabras

Luego de ponerme las botas, guantes y mandil, ingresé al área de UCI y encontré a Marina.  Esta Marina tenía poco cabello, pues parecía que se le había caído por mechones, y nada quedaba del castaño claro que ahora se había tornado blanco plomizo. Su rostro no era redondo sino demacrado y enjuto. Estaba cubierta hasta el abdomen por una sabana pero lo que me generó punzadas de dolor fueron sus brazos. Tenía en cada brazo diversas sondas por las que era alimentada y a través de su piel podía ver sus venas, su piel era casi transparente y sus venas se veían hinchadas y tan azules que se podían ver claramente. Tenía un respirador cubriendo su boca y al ver sus ojos cerrados decidí retirarme, cuando de pronto Marina abrió los ojos y me miró fijamente.

Me acerqué a ella. No era la misma Marina. Era una marina que había conocido el dolor y saber eso me lastimó de tal manera que me fue difícil disimularlo. Me acerque y le dije lo que se supone le decimos a los enfermos. Que pronto bajaría a piso y que conversaríamos de todas esas cosas de las que quería conversar y seguí hablando pero su mirada reflejaba cansancio y hasta parecía no estarme escuchando. Decidí quedarme callado y en ese silencio fue que comenzamos a comunicarnos por primera vez. Sólo nos comenzamos a mirar sin decir  una sola palabra.

Nos quedamos así por varios minutos. De pronto comenzó a mirar hacia arriba, señalándome con los ojos en dirección al techo. Le pregunté si me estaba señalando al suero que colgaba arriba y movió la cabeza levemente indicando que no. Le pregunte si estaba señalando al foco del techo y me indicó que no, también moviendo la cabeza. Le pregunté si me estaba señalando al piso de arriba y me indicó que no. Y en ese momento supe a que se refería. Le pregunté si me estaba señalando a un lugar que estaba mucho mas arriba, en donde ella podría descansar y estar tranquila. Y mientras preguntaba sentía  que el corazón paralizaba mis labios y mis ojos en un estremecimiento que combinaba tristeza e incertidumbre. Y Marina movió la cabeza afirmativamente. Y en sus ojos no había dolor, ni tristeza , ni el miedo que antes veía en ella. Sus ojos estaban tranquilos, seguros y hasta sentí que me miraba fijamente para adivinar lo que yo estaba sintiendo.

Y lentamente le comencé a decir que yo estaba con ella, que sea lo que sea que ella decida o suceda, yo estaba para ella y que la iba a acompañar en ese camino. Luego de eso no hubieron palabras, solo Marina y yo y nuestras miradas fijas el uno en el otro. Pasamos muchos minutos así cuando  de pronto intentó decirme algo. Su calma se transformó en desesperación de querer decirme algo importante y no poder hacerlo. Sus ojos se movían de un lado a otro y gesticulaba inútilmente tras el respirador. La calmé y le dije que sea lo que sea que ella deseara comunicarme yo lo iba a descubrir pero necesitaba que ella se calmara.

En ese momento estuve intrigado acerca de que era eso tan importante que estaba turbando a Marina. Pero no fue hasta el día siguiente que lo pude descubrir (continuara)